Son las 23:30, nadie por los pasillos
del hospital, tan solo estamos mi libro y yo bajo la tenue luz de los
fluorescentes que alumbran lo suficiente para poder leer no sin forzar
demasiado la vista.
Hoy hace ya una semana que la abuela
ingresó en este hospital por la prótesis de su rodilla izquierda y desde aquel
día las cosas no han hecho más que ir a peor, todo se ha complicado de tal
manera que de algún modo nos preparamos incluso para un desenlace en el que
preferimos no pararnos a pensar demasiado, pero que está ahí castigando nuestro
ánimo con el paso de las días.
Las páginas de mi libro pasan deprisa,
pero empiezo a tener los ojos cansados, esta noche también la paso en la
habitación junto a ella, tal y como las otras pasadas nunca la hemos dejado
sola, si al final ocurriera lo peor… pienso que todos deseamos arañar a la
muerte el máximo de tiempo para estar con ella, no creo que ninguno estemos
preparados para una despedida, pero cada cual ensaya a su modo, su particular y
personal adiós.
Con tanta emoción dentro de mi cabeza me
doy cuenta de que las líneas que leo pasan deprisa pero que apenas presto
atención al contenido, dudo si dejarlo y por unos minutos decido cerrar mi
libro. Así que marco con un doblez la esquina de la hoja en su margen superior.
Es el momento de tomar un café de
máquina, así que me levanto y elijo uno con bastante azúcar, el sabor de los
cafés de aquí es amargo, y pienso que un poco más dulce tal vez haga que las
cosas se vean de otra forma, algo mejores, pero no es así y acabado el mismo
decido volver a sentarme y retomar la lectura, es fácil seguir donde lo dejé,
está bien marcada la página con su esquina doblada, así que continúo por el
siguiente capítulo.
Se oye un ruido al final del mismo
pasillo, alzo la vista del libro y compruebo que debido al cansancio de mis
ojos me cuesta unos segundos tener la visión nítida. Una pareja avanza por el
pasillo, el paso es lento y arrastrado, lo cierto es que en un hospital a esas
horas sorprenderían las prisas. Tras unos segundos más compruebo que se trata
de una pareja de avanzada edad, él es alto y delgado y apoya sus huesudos dedos
de la mano derecha sobre el hombro de ella… de la otra mano y bien agarrado
camina con el sujeta sueros, la imagen me parece graciosa, los dos caminan juntos
por aquel pasillo, ella calla y el no deja de hablar, ¡A saber que le estará
contando!... pienso, y me río.
Poco después llegan al final del
recorrido, él le dice que está cansado y deciden parar unos minutos, así que
deciden sentarse y lo hacen justo a mi lado, yo sigo inmerso en mi lectura pero
cuando va a sentarse me doy cuenta de que a aquel hombre necesita una mano
amiga que lo ayude, sin dudarlo dejo el libro apoyado en mis piernas y con las
dos manos le asiento en la butaca de madera. El muy educadamente me da las
gracias, yo tan solo le sonrío.
Lo lógico en la mayoría de estos casos
es que todo acabara allí, y que yo volviera a recoger mi libro y lo abriera de
nuevo. Pero en ese momento aquel hombre me mira y me pregunta porque estoy allí,
yo muy amablemente le comento que estoy con mi abuela. Debió darse cuenta de
que en ese momento mi semblante tornaba de nuevo a la tristeza porque me
preguntó por su estado, me llevo unos segundos pensar la respuesta, no sabía
que decir, y es que en estas situaciones nunca se bien cuál es la mejor que
puedo dar. Le dije que estaba bien, pero estoy seguro de que no lo creyó.
De repente y sin darme tiempo a
pensarlo, me encontraba en medio de una conversación con aquel hombre, la mujer
que lo acompañaba se encontraba dos butacas más allá, mantenía su silencio y
tan solo escuchaba, me di cuenta de que no le soltaba la mano, aquello se
trataba de un gesto más que maravilloso, y desee que algún día yo me encontrara
en aquella situación, fuera del hospital pero de la mano con alguien y a esa
edad, que más tarde descubrí que era mucha.
Lo cierto es que intenté hablar menos de
lo que estaba acostumbrado, prefería escuchar, soy de la opinión de que las
personas de avanzada edad tienen mucho que decir, contar y aportarnos a los que
casualmente somos más jóvenes, pero normalmente ninguno nos detenemos a
hacerlo, ellos cometieron errores en su vida que intentan que de algún modo las
nuevas generaciones no cometamos, creo que la mayoría de las veces solo
intentan abrirnos los ojos ante la vida, para que esta no nos devore sin darnos
cuenta, pero simplemente… decidimos hacer caso omiso y mirar hacia otro lado.
Me habló de todo un poco, de sus años de
niño, nació tres años antes de que comenzara la guerra civil, y evidentemente vivió
la postguerra, tuvo que vérselas con la España de que aquel entonces, un país
sumido en la pobreza, una situación de mal estar que en el medio rural se
acentuaba sin duda, y más aún en una región como Castilla, tan seca y hastiada,
tan vacía, tan sola.
Todo lo que aquel hombre hablaba, me
recordaba a las historias que mi abuela siempre nos contaba en casa y que por
suerte, aún sigue relatando como si aún viviera en aquella época… nada que
comer, familias con muchos hijos e hijas, la escuela… un lujo que no podían
permitirse, trabajar desde los ocho años e incluso antes, frío mucho frío y
mucha hambre. El anciano recordaba cuántas veces había tenido que comer las
cáscaras de naranja que encontraba por el suelo, todas las tapias que había
tenido que saltar para poder robar pollos y huevos de gallina, y todo el
esfuerzo que le había costado años después conseguir salir adelante con mujer e
hijos, -¡Eran unos años difíciles!- ¡Igual que los de ahora!, pensé yo…
También me habló de su primera mujer, y
que había muerto quince años atrás, aquella mujer que lo acompañaba me la
presentó como su nueva “novia”, no pude ocultar ni mi sorpresa y mucho menos
una carcajada que inundó aquel pasillo a la cual él respondió con otra buena
carcajada, hasta el gesto de aquella mujer hasta entonces serio esbozó una
sonrisa.
Él explicaba que simplemente la vida es
a veces dura e injusta y que tan solo ha intentado siempre adaptarse a la
situación, amaba a su mujer por encima de todo, lloró mucho su pérdida pero
decidió que debía salir adelante y que no quería hacerlo solo, no quería pasar
el mucho o poco tiempo que le restara en la tierra en soledad, así que
simplemente buscó, y encontró así a María.
Realmente… disfrutaba de aquel momento,
de aquella conversación, tal vez por el tema, tal vez por la situación. No lo sé
bien pero hoy lo pienso y creo que alguien envió a aquella extraña pareja para
hacer que durante un buen rato (casi dos horas) pensara en otra cosa y me
sintiera mejor.
Me contó que el invierno lo pasaban en
Benidorm, que el frío de castilla hacía ya años que lo habían abandonado, y
solo retornaban a esta tierra cuando volvía el sol y florecían los árboles
frutales de su pequeña casita de campo en Segovia. Estaba allí porque había
sufrido una caída y tuvieron que traerlo hasta el hospital, nada importante,
pero estaba deseando poder volver pronto a pisar la arena fina de la playa.
Pasó un rato muy largo antes de que me
diera cuenta de que debía volver a la habitación doscientos diecinueve con mi
abuela, así que me despedí de aquella pareja tan especial, deseándoles mucha
suerte y que pronto las aguas del Mediterráneo bañaran sus cansados pies.
La noche pasó, conseguí dormir sin más,
pensando solo en que todo se arreglaría y que pronto podríamos estar otra vez
todos juntos en casa, celebrando buenos momentos con la abuela, y es que si hay
algo que ella tiene es… un sentido del humor increíble que empieza a echarse
mucho de menos.
Cuando desperté ya no estaba triste,
podría decirse incluso que esbozaba una buena sonrisa, confiaba de verdad en
que todo se arreglaría.
Estaba sacando un café de la amarga
máquina, cuando sonó un pitido, ese sonido que uno consigue aprender de memoria
cuando pasa demasiadas horas en un hospital, y al momento una mujer salía de su
estancia pidiendo ayuda a gritos, solté el café al instante, pensando que podía
tratarse de mi abuela, pero unos segundos después pude comprobar que no era
así, aunque estuvo cerca, ya que un tren de enfermeras entraban corriendo en la
habitación de al lado, cuando pasó aquel momento me percaté de que tenía el
corazón en un puño, pensé -¡Menudo susto!-.
Minutos más tarde, en el pasillo pude
ver como sacaban una cama de la habitación, los pasillos de los hospitales son
muy estrechos por lo que al pasar a mi lado tuve que pegarme bien a la pared
para que pudieran pasar… no podía creer lo que veían mis ojos, e incluso los
froté para asegurar la visión.
En aquella cama iba un hombre de
avanzada edad, con la mitad de su rostro dañado, el contraste era increíble,
pues aquel anciano estaba pálido entero, con sus huesudos dedos agarraba con
fuerza la sábana que lo tapaba, fueron los temblores de su cuerpo lo que junto
a la expresión de sus ojos me hicieron comprender rápidamente que aquel hombre
estaba tan asustado que parecía que la propia muerte había llamado a su puerta
preguntando si estaba listo, él simplemente… poseía aquella sábana para
ocultarse tras ella.
Allí, tumbado en aquel camastro se
encontraba el anciano que la noche anterior radiaba de energía, aquel hombre
que me dijo que no tenía nada de qué preocuparme, que podía estar seguro de que
los mayores estaban hechos de “Otra pasta”, con dolores y defectos pero duros
como rocas.
Me quedé mirando su rostro mientras se
alejaba, él se quedó observando mis ojos fijamente, torció la cabeza hacia la
izquierda intentando recordar algo de lo que no estaba seguro… pero pienso que,
no lo hizo, no pudo reconocerme. Aun así me acerqué y le dije -¡Todo saldrá
bien, los mayores estáis hechos de otra pasta”!-, aquel anciano… asintió con
orgullo, fue la última vez que le vi.
Momentos más tarde recordaba lo último
que me dijo cuándo me despedía de ellos la noche anterior:
-¡Recuerda hijo, los mayores a nuestra
edad solo necesitamos dos cosas, “Cariño y Paciencia”, “Cariño y Paciencia”, no
lo olvides!, ¡Tu abuela siempre luchará mientras tenga el amor de su familia!-.
Aquellas palabras se grabaron en mi
memoria como si quedaran escritas en mi piel por un plumín de hierro ardiente…
mi hermana y yo no hemos dejado ni una sola noche sola a nuestra abuela, y a
día de hoy se encuentra fuera de peligro, realmente… son de “Otra Pasta”.
¿Qué será de aquel anciano?, me lo
pregunto todos los días desde entonces, cada día que paso en el hospital pienso
que tal vez me lo cruce por aquel pasillo donde el azar quiso que nuestros
caminos se cruzaran aquella noche, aunque prefiero imaginarlo caminando de la
mano de su “Nueva Novia”, descalzos los dos caminando por la fina arena de la
playa, mientras las cálidas aguas del Mediterráneo bañan sus cansados pies
junto a la orilla…
"Vieja madera para arder, viejo vino para beber, viejos amigos en quién confiar y viejos autores para leer"
Sir Francis Bacon (1561-1626)